Cuando le conté a mi familia que iba a escribir un artículo para "San Valentín", la primera pregunta fue ¿Cuál sería mi enfoque? y les respondí que hablaría acerca del amor propio. Inmediatamente mi hermana comentó, mientras procuraba no atorarse de la risa: “¿y tú qué $%& tienes para decir al respecto?”. Probablemente no sea nada extraordinario lo que tenga que contar, pero si ya estás metido leyendo esto, espero puedas conectar o, tal vez, identificarte un poco con mi experiencia. Me presento primero para que luego no digas que soy un extraño. Hola, soy Juanjo, ingeniero industrial por el día y poeta por las noches… mentira, pero sí disfruto mucho escribiendo y esto es algo que descubrí hace poco con todo lo que me pasó.
Creo que ahora que ya me conoces un poco más puedo continuar con mi historia.
Una de las cosas que puedo rescatar de mis tres años de filosofía en colegio religioso fue una profunda reflexión acerca del sufrimiento y cómo nos ayuda a forjar nuestro carácter: aceptemos que existe. Todos hemos sufrido por alguien o algo en un momento de nuestras vidas y es innegable que hay altísimas probabilidades de que pasemos por este sentimiento de nuevo. Ante esto no tenemos muchas opciones, sin embargo, es clave entender que la manera como abordemos la amargura de un mal episodio en nuestras vidas tiene el mismo efecto de una sana alimentación: nos ayudará a crecer o quizá nos deje estancados.
Es ante este primer encuentro con el sufrimiento por desapego, en la que muchos de nosotr@s, todavía sin saber nada de la vida, experimentamos la soledad y nos encontramos cara a cara con la inadmisible tarea de afrontar el día siguiente por nuestra cuenta. Suena exageradísimo, pero que tire la primera piedra quien no ha pasado por este momento de adolescente (e incluso algun@s de nosotr@s hasta de adultos). Tómenme de ejemplo: con veinticinco años nunca había aprendido a sobrellevar un “breakup” sin sentirme perdido, culpable o llamando a mi mejor amiga para que me escuche llorar y quejarme por treinta minutos.
Es común que a medida que vamos creciendo, ante una señal de abandono, una parte de nosotr@s se active como las luces en el tablero de un carro que no se apagarán hasta que reemplacemos una pieza o cambiemos el aceite. Lo curioso es que, en esta analogía, la luz de alarma la vemos únicamente nosotr@s. Nuestro subconsciente nos vende, como Marco Antonio en la Teleferia, esta idea de que existe algo mal dentro nuestro, que somos l@s únic@s culpables de lo que está pasando, cuando la realidad es que probablemente no seas tan malo como te alucines en ese momento.
Cuántas veces hemos estado dispuest@s a cambiar todo aquello que creemos no le gusta a nuestr@ enamorad@ por miedo. Y cuando lo dices en voz alta, como que la idea central empieza a perder sentido: “Pero ¿miedo a qué?” Miedo a que esa persona no comparta nuestros gustos, creencias o pensamientos, y terminen alejándose de nosotr@s. Tenemos miedo de ser nosotr@s mism@s. Cuando lo decimos en voz alta, cuando aceptamos que estamos encarcelados ante el qué dirán, es que podemos aprovechar este momento de luz como potencial trampolín para darnos cuenta de que una vida con miedo constante no se la recomendarías a ningún amigo. Y justamente si no la recomendarías, ¿por qué lo haríamos con nuestras propias vidas.?
A diferencia de lo que nos quieren hacer creer las comedias románticas en Netflix, Amazon Prime o la plataforma de video que puedas pagar (¿?) la oportunidad de ser feliz no tocará a tu puerta con letreros enormes con letras de neón que digan “aquí estoy”. La tenemos que buscar y es, justamente ahí, donde nos equivocamos desde niñ@s. Buscamos la felicidad fuera de nosotr@s mism@s, como si fuésemos un rompecabezas al que le falta una pieza, cuando nosotr@s somos la foto final que terminaremos de completar a medida que vamos madurando y creciendo. Nada peor que jugar a las escondidas y darte cuenta de que no buscaste en el lugar más obvio.
La sociedad inconscientemente nos premia o enfatiza su cariño cuando nos ven en una relación y nos puede hacer sentir desapercibidos cuando nos mostramos como individuos: l@s que no tienen enamorad@ y todavía no borran las fotos con su ex, podrán entender mejor de qué hablo. Subes una foto a Instagram en algún viaje con una sonrisa de oreja a oreja, la likean tu vieja y tus cuatro amigos de siempre. Ah, pero cuando subes una foto con tu enamorada, decenas de likes y hasta tu profe del colegio pasaba a comentar la foto: “Muchacho, que feliz te veo” Y sí, obviamente eres feliz, estás enamorado con la persona que más quieres a tu costado; pero también lo eres antes de conocerl@ y si por A o B, terminan, créeme que lo seguirás siendo.
Uno de los riesgos en los que podemos caer al no priorizarnos es enamorarnos de la idea de estar enamorados y no de una persona; romantizar y poner en un pedestal a la persona que tenemos en frente, incluso por encima de nosotr@s. El amor se basa en ser capaz de entregarte totalmente a otro, pero cómo podremos lograrlo si no predicamos con el ejemplo y no nos damos el tiempo de conocernos a nosotr@s mism@s íntegramente, de aceptar nuestros cien defectos y miles de virtudes. Esto no nos convierte en arrogantes, creíd@s o narcisistas, es la base de amor propio de la que debemos de partir.
Aprendí que, si no me acepto tal cual soy y no me valoro al 100%, entonces puede llegar alguien que me ofrezca poco más y me conformaré con lo que estoy recibiendo. Para los numéricos como yo, si me quiero a un 30%, puedo conocer a una chica que me quiera a un 40% y me parecerá una barbaridad. Probablemente si te vendo un celular con 40% de batería no lo compres, entonces ¿Por qué aceptarías un amor a medias?
Pueden pensar a estas alturas: qué clase de post es este en una fecha como San Valentín o quien contactó a este individuo que está ardido por lo mal que le ha ido en la vida y se dedica a tirar odio a las relaciones, pero todo lo contrario. A golpes aprendí a valorar mi tiempo solo, y enfocarme en ser capaz de enmendar los puntos de mejora que me tomé el tiempo de identificar, de cara a no volver a cometer los mismos errores del pasado. La gente cambia, para bien cuando pone los medios para priorizarse y enfocarse en encontrar la mejor versión de uno mismo, a aceptarnos íntegramente y no esperar nada menos del amor que recibamos de los demás, y por ende el que podamos ofrecer a otros.
Hace unas semanas pude ver “Soul”, la última película de Disney, que me dejó, para variar, muchísimos aprendizajes, siendo el principal que el peor error que podemos cometer es limitarnos a alcanzar un único objetivo, minimizando otros aspectos de nuestra vida sin darnos el tiempo de valorar los pequeños detalles del día a día. Aplaudamos a quienes tengan metas claras y sueños por alcanzar, pero siempre recordemos que en las actividades más absurdas podemos encontrarnos a nosotros mismos, lo cual fortalecerá el concepto de amor por la vida que desarrollamos.
¿Cómo vivir y desarrollar el amor propio? La verdad no tengo idea y mi título de ingeniero no me permite brindarles consejos profesionales. Desde mi experiencia (mala o buena), puedo contar que he aprendido qué me hace feliz:
Cantar con la confianza de tener una voz bendecida, a pesar de que cuando la gente me escucha busca inmediatamente el botón para bajar el volumen.
Escribir. Tenga potencial de ser el nuevo Vargas Llosa o esté destinado a que mis amigos me lean por compasión.
Ver capítulos de "Friends" por trigésima vez y reírme del mismo chiste como si fuese la primera vez que lo escucho.
Salir a correr. Sé que la bici está de moda, pero comprarme una me sale como un "Yaris".
Apagar mi laptop de la chamba a las 6:00 pm y hacerme el desentendido si alguien me quiere contactar luego de este horario.
Ver a mis amigos por Zoom y reírnos de los mismos recuerdos de la última vez que nos vimos.
Dormirme temprano. Soy un abuelo en el cuerpo de un veinteañero.
Ejemplos tan mundanos y algunos tontos que hasta hace un año hubiese estado dispuesto a cambiar con tal de complacer a quien quisiera impresionar. Hoy hablo desde mi experiencia, esperando esto sirva a quienes, como yo, en un momento no sabían por dónde comenzar: en un@ mism@.
ATTE.
Juanjo C.