A unos días de cumplir un año de estar soltera, después de una relación larga y con muchas promesas, me entraron muchas ganas de escribir… y es que he pasado por tanto en este año. Recuerdo como si fuera ayer el día que todo terminó, el único sentimiento que sobrepasaba la tristeza era el miedo. Miedo de pensar: “¿Y ahora qué?”. Sentía pánico de pensar en mi futuro, ese futuro que había planeado con lujo de detalles y que ahora lo veía hacerse añicos. Estaba SOLA, una palabra que no me atrevía a pronunciar en voz alta porque por mucho tiempo mi identidad había sido: ser la enamorada de…
La primera parte de la ruptura fue de completa negación, en mi cabeza no entraba la posibilidad de un final. Probablemente era una etapa de confusión y pronto volveríamos a estar juntos; yo perdonaría todo y retomaríamos lo que dejamos. Poco a poco fui aceptando que tal vez existía una pequeña probabilidad de que ya no regresemos, pero la esperanza era mi aliada número uno y no dejaría que los planes que había construido se derrumbasen. La puerta siempre estaba abierta para él, porque “éramos amigos” y “nos queríamos” … o eso era lo que yo quería creer.
Con el tiempo me di cuenta que él había cambiado muchísimo, me dejé engañar muchas veces y callé lo que realmente pensaba, porque, a pesar de ello, prefería seguir teniéndolo en mi vida, y me cerré a ver su verdadero rostro. En el fondo, sabía que dejaba la puerta abierta porque temía que si el camino de vuelta exigía mucho esfuerzo él ni siquiera lo intentaría.
Sin embargo, un día ya cansada de ilusiones y falsas promesas, pude ver realmente lo que ocultaba detrás de la máscara. Y cuando se la saqué, en sus ojos vi reflejado mi falta de amor propio, y me di cuenta que la única que había consentido esa situación era yo misma. Tuve que estrellarme contra la pared para ponerle fin a una historia en la que había dejado de ser protagonista, pues me había conformado con el personaje secundario.
Darme cuenta de eso dolió, pero a partir de ese momento pude cerrar la puerta. Y me di cuenta que “la pelota nunca había estado en su cancha.” Había puesto en él todo el poder y el control de mi vida, con la excusa de que “yo ya había hecho todo lo posible y que ya dependía de él.” Pero jamás dependió de él, el control siempre estuvo en mis manos. Había sido yo la que le cedí todo; no obstante, ahora era yo quien decidía no tenerlo más en mi vida, porque no solo no era lo que yo necesitaba, si no que no era lo que yo quería para mí.
Fue difícil aceptar que esos últimos meses había estado ciega, viví engañada por una ilusión. Lo había puesto en un pedestal del cual no lo quería bajar. Pero una vez que todo se aclara y la luz llega para encender aquello que estaba apagado, te das cuenta que no estás en este mundo para complacer a los demás y que si quieres encontrar la felicidad debes salir tú misma a buscarla.
El tiempo que duró la relación fui muy feliz, él fue un gran amor, y por eso, esa etapa la recordaré con mucho cariño. Pero ahora es solo un recuerdo y un presente que elijo no tener cerca. Ahora me doy cuenta, que liberarme de esas ataduras ha sido como quitarme un peso de encima, cargué por mucho tiempo con cosas que no me correspondían ni eran mi responsabilidad. Me di cuenta, que solo al soltarlo realmente me encontré a mí misma, y me encontré como nunca antes… más llena, más feliz, más yo.
Hoy, ya no tengo miedo, me gusta mi soledad. Disfruto de mi espacio y el vacío que sentía en el corazón lo llené con amor propio. ¡Hoy quiero celebrar mi soltería! Y no por despecho, no “para matar la tusa”, no porque “estar soltera está de moda”. Si no, porque el estar soltera significó, para mí, el inicio de una nueva etapa en mi vida. Significó el comienzo de una relación maravillosa conmigo misma de amor incondicional.
Celebro un año en el que, tal vez, el universo me obligó a cambiar de ruta, casi que me ahogo en el camino, pero al final desembocó en un mar de oportunidades, en el que infinitas puertas se abren al frente mío. Sí, hoy celebro el desamor, porque, al contrario de lo que muchos piensan, no creo que sea malo, ya que no significa que carezca de amor, pero quiere decir que me amo lo suficiente como para darme un tiempo y el espacio necesario para sanar heridas, para soltar todo aquello que me ató por mucho tiempo. Y una vez que me encuentre lista abriré mis alas sin miedo, preparada para buscar nuevas aventuras y, porque no, ansiosa de abrirle mi corazón a alguien que realmente lo merezca.
Y a él, a pesar de todo, le deseo suerte y mucha felicidad. Me cuesta un poco hacerlo, porque al final no se portó muy bien conmigo, pero he decidido perdonarlo. No porque me lo haya pedido, sino porque ya no tengo nada, ni siquiera un resentimiento, que me vincule a él. Por todo el amor que le tuve, quisiera que alcance todos sus sueños y metas que algún día me contó y compartimos. No seré yo quien disfrute de sus triunfos, pero espero de corazón que sea alguien que lo quiera con un amor tan bonito como el que alguna vez sentí yo por él.
Sin más, me despido. Orgullosa de la mujer valiente e independiente en la que me he convertido. Jamás me sentí más plena y llena que en estos momentos. Todavía hay un largo camino por recorrer, pero sé que puedo contar completamente conmigo misma.