El año pasado, me encontré cara a cara con un tema que me da cierto miedo: envejecer. Todo comenzó con una simple mirada al espejo antes de salir de casa, una experiencia que desencadenó semanas de mucha reflexión sobre la vida y qué estaba haciendo con ella. Es sorprendente cómo un par de finas arrugas debajo de mis ojos pudieron desencadenar una cascada de preguntas existenciales.
Fue como mirar a través de los lentes de un microscopio cada mínimo detalle en mi vida. Me hizo cuestionar cada elección que he hecho, sueños y metas que me quedan por cumplir, llegando al punto de desvalorizar prácticamente todo lo que ya he logrado.
Envejecer puede volverse una experiencia abrumadora para quienes constantemente buscamos controlar nuestro futuro. Puede ser agobiante si estamos comparándonos con nuestro entorno, escuchando las demandas y exigencias de la sociedad como si fueran una verdad absoluta: “ya deberías tener un novio”, “te estás haciendo mayor para formar una familia o es que no quieres hijos”. Sin embargo, fue el primer cabello blanco que arranqué de mi cabeza, el que se convirtió en un recordatorio tangible del paso del tiempo, que no solo pasa por mí, sino también arrasa con todos mis seres queridos. Este año vi con mayor precisión a mis abuelos, mi papá y mi mamá más viejos.
No puedo evitar que se me llenen los ojos de lágrimas al pensar en el hecho de que, al igual que yo, ellos también están en este viaje inevitable del envejecimiento. Observar cómo el tiempo deja su huella en aquellos a quienes amo es una experiencia conmovedora y, a veces, desgarradora. Las arrugas en sus rostros cuentan historias de años vividos, pero también son un recordatorio tangible de que el reloj sigue avanzando.
Y es cuando me pregunto: ¿Cómo manejar la dualidad abrumadora de querer seguir mi propio camino y al mismo tiempo querer aprovechar cada segundo con ellos al enfrentar el temor de perderlos?
El miedo de ver a los seres queridos envejecer no se limita a las arrugas y los cabellos grises, sino que se extiende a la posibilidad de verlos perder su vitalidad, su alegría y, eventualmente, su presencia física en nuestras vidas.
El temor no solo reside en la idea de la muerte, sino también en la posibilidad de ver sufrir a quienes amamos y perder muchas de las capacidades que antes dábamos por sentado. Es difícil pensar que hace unos años eran ellos quienes nos cuidaban, y ahora estamos nosotros más cerca a cuidarlos y protegerlos a ellos.
No obstante, en este viaje emocional, es importante buscar un equilibrio, entender que envejecer es parte del ciclo vital, y cómo tal, todos deberemos enfrentarla en su momento, por lo que no podemos frenar toda nuestra vida por vivir en un temor constante a la muerte. Es importante encontrar un espacio para todo, para mí mismo y para compartir con mis seres queridos, y sobre todo hacer de ellos momentos de calidad. Aprovechar cada espacio compartido, encontrar alegría en las pequeñas cosas y ser un apoyo se convierten en actos de resistencia contra el miedo. Vivir plenamente implica aceptar la dualidad de amar profundamente y enfrentar la posibilidad de la pérdida.
Hoy elijo abrazar la vida plenamente, aceptando la inevitabilidad del envejecimiento y la muerte, pero también comprometiéndome a vivir cada día con amor y significado. Elijo envejecer juntos en espíritu, compartiendo risas y lágrimas, construyendo recuerdos que perdurarán más allá del paso del tiempo.