Hoy fue un día de aquellos en el que nada sale bien. ¿Alguna vez les ha pasado? No crean que me desperté desmotivada, al contrario, antes de levantarme de mi cama ya me había hecho una idea de cómo sería mi día. Estaba emocionada porque tenía muchos planes, la expectativa era grande. Lamentablemente, el esquema que tenía en mente no se parecería en nada a lo que me esperaba. En palabras de mi abuela (siempre usando refranes): “Uno propone, Dios dispone, viene el diablo y descompone.” Y es que a veces, la realidad llega para bajarte de tu nube y estrellarte de bruces contra el suelo.
Se preguntarán ¿Qué fue lo que ocurrió? Ahora que lo escribo, tal vez pueda sonar divertido, pero para mí, en ese momento fue frustrante. Muchas veces pensé dejar todo y regresar a mi cama. Pero, finalmente, reflexionando al finalizar mi día, creo que puedo rescatar algunos aprendizaje que me gustaría compartir con ustedes.
Aquí va mi historia… Me levanté temprano porque había decidido que hoy, LUNES, iba a empezar con mi vida deportiva. - Que levante la mano, aquel que no ha sentido la presión del lunes para empezar a cambiar su estilo de vida. Bueno, hoy yo fui de las que le pone toda la fe a un solo día de la semana.- Además, había escuchado a una chica en Instagram que decía que la mejor hora para hacer ejercicio era la mañana; así que estaba dispuesta y con toda la energía para iniciar a crear un nuevo hábito. Sin embargo, cuando salí de mi cama note una molestia en mi ojo y al verme en el espejo me di cuenta que lo tenía todo hinchado, me había salido un orzuelo. No solo me dolía, sino que me veía fatal. Tal vez, los demás no lo hubieran notado, pero para mí, era una bola enorme que resaltaba en toda mi cara, justo hoy que tenía una reunión con todo mi equipo de trabajo. “Qué mala suerte” pensé, pero decidí que eso no malograría mi motivación matutina, ya después trataría de ocultarlo con algo de maquillaje. Le puse a mi perro la correa y me dispuse a correr 5 kilómetros.
Como no me ejercitaba hace mucho, mi cuerpo no respondía como lo esperaba que hiciera. Estaba muy lenta y al primer kilómetro solo pensaba en alguna excusa para justificar el detenerme y regresar a mi casa. Me ponía de mal humor porque notaba como los demás que corrían a mi alrededor corrían a buen ritmo y parecían disfrutar con cada zancada que daban.
De pronto, mi perro se me soltó, parecía que él pensaba lo mismo que yo, “eres una lenta” y no se aguantó más y quiso ir por su cuenta. Corrí tras él, pero mis piernas no le seguían el ritmo a mi cerebro. Después de 5 minutos de persecución que parecieron interminables, se detuvo, ya que se quedó jugando con la pelota de un niño. Cuando pude alcanzarlo y volverle a poner su correa, el padre del niño se acercó a regañarme diciéndome que estaba prohibido pasear a los perros sin correa. Quise explicarle la situación, pero él simplemente se dio la vuelta y se fue, dejándome con la palabra en la boca. “¡Qué injusto!” pensé. Para ese momento ya había dejado de disfrutar el ejercicio y solo pensaba en llegar a mi casa a bañarme.
Decepcionada de lo que había esperado que fuera mi reincorporación a la vida deportiva, llegué a mi casa, desayuné rápidamente, ya que mi mamá me llenaba de preguntas de cómo me había ido y eso solo generaba que me sintiera más irritada. El baño alivió un poco el malestar emocional y me recargó la energía para poder iniciar mi jornada laboral. Sin embargo, apenas llegué al trabajo, un compañero se acercó a decirme que ese orzuelo se veía bastante mal, y que debía cuidármelo y echarme una crema. “Como si no lo supiera” pensé; antes de que siguiera criticándome le dije que estaba por entrar a una reunión y que debía irme, no iba a tolerar que se burlara de mí.
Presenté a mi equipo el proyecto que había estado armando desde hace un mes. Estaba orgullosa de mi trabajo, había puesto mucho esfuerzo en que todo estuviera perfecto. Lamentablemente al finalizar no recibí la retroalimentación que esperaba, mi jefe me observó varios puntos y me dijo que debía modificarlos, nadie me felicitó ni me dijo que había hecho un buen trabajo. Me sentí terrible, comencé a dudar de mis capacidades. “¿Y si no soy tan buena como pensaba?”
Cabizbaja, como me sentía, solo quería que se acabara el trabajo para ir a ver a un amigo que había llegado de viaje después de mucho tiempo, era lo único que me animaba en ese momento. Cuando me disponía a salir para reunirme con él, recibí su llamada diciéndome que debía cancelar porque le había surgido un inconveniente. “¿Algo más?” Le grité al universo. No tuve que esperar mucho tiempo para darme cuenta que sí, todavía no se había reído lo suficiente de mí. Mi llanta estaba en el suelo, y como si fuera poco, era la de repuesto. No quería llamar a mis papás porque no quería escuchar el sermón sobre “ser más responsable y hacer las cosas cuando debo”. Decidí llamar a mi abuelo, que por suerte acudió a mi rescate y me ayudó a solucionar el problema.
Le conté sobre mi día terrible y para alegrarme me invitó a comer. No era la cena que esperaba tener, pero fue una muy buena compañía. Hace mucho tiempo no compartía con él. Sus historias me alegraron y reconfortaron, me habló sobre cómo conoció a la abuela y también el día en el que nos dejó. Me contó que ese fue el peor día de su vida y de lo difícil que fue para él superar su pérdida, que la muerte era algo que no tenía vuelta atrás ni solución. Pero que a pesar de ello, había encontrado mucha paz en sus recuerdos y había aprendido a mirar la vida desde una perspectiva diferente. Donde “no todo lo que reluce es oro”; y que es importante, a veces, aprender a mirar más allá de mi nariz. Me recordó que la vida está llena de matices, por lo que no todo lo que nos ocurre es malo o bueno, sino que pueden haber puntos medios y que inclusive de situaciones dolorosas podemos sacar grandes aprendizajes. “Las crisis son las mayores oportunidades para crecer y reinventarnos” me decía.
Después de esta linda e inesperada velada, me puse a analizar nuevamente mi día. Y me comencé a dar cuenta de muchas cosas que habían pasado desapercibidas por mí. En primer lugar, tomé conciencia de lo exigente que había sido conmigo misma en relación al ejercicio. Me estuve comparando con los que corrían a mi alrededor, pretendiendo igualarlos o superarlos, sin escuchar a mi cuerpo que me pedía paciencia y me recordaba que no soy la mujer maravilla. Además, reconozco que debo ser más flexible… si hoy lunes no pude iniciar como quería, siempre tendré el martes, el miércoles o cualquier otro día de la semana; y lo haré a la hora que más me provoque.
En cuanto al señor de la pelota, es cierto que no fue amable conmigo, lamentablemente, siempre uno tendrá que cruzarse en algún momento con personas así, pero ya dependerá de cada uno que tanto permita que esto le afecte. Y a mí me afectó de tal manera que no noté que mi mamá se había levantado más temprano y se dio el tiempo de prepararme mi desayuno favorito, esperó a que llegara para que no desayunara sola y así conversar un poco. “¡Cómo no me di cuenta! Ni siquiera le agradecí.” El detalle estuvo ahí, frente a mis narices, pero yo elegí centrarme solo en mi fastidio.
Me di cuenta también, que mi compañero de trabajo que notó mi orzuelo solo quería ayudarme; recordé que la semana pasada me había contado que le ocurrió lo mismo y que su doctor le recetó una crema maravillosa, que hizo que al día siguiente éste hubiera desaparecido. Ahora pienso que si lo hubiera escuchado, me hubiera pasado el dato del doctor y podría haber programado una cita con él. Ni modo, mañana seguiré teniendo el ojo hinchado, todo porque mi malhumor me nubló y me hizo juzgar sin escucharlo.”
En cuanto a mi presentación, no resultó como lo esperaba ni recibí los elogios que tanto me gustan, debo admitir que me molestó, pero sé que este tropiezo no define la calidad de mi trabajo ni me hace menos valiosa. Sé que el esfuerzo valdrá la pena y que las críticas que me hicieron me servirán para que el proyecto sea todo un éxito. Por último, si mi amigo no me hubiera cancelado ni se me hubiera desinflado la llanta, no habría tenido la oportunidad de pasar una tarde estupenda con mi abuelo.
Es increíble como este día ha terminado dando un giro. Ya no me siento tan fastidiada, quizá hasta un poco agradecida con el universo. Y solo tenía que mirar un poquito más allá de mi nariz para darme cuenta de lo que me había perdido, cambiar la perspectiva.