Desde los 10 años vivo con un fantasma que me persigue a donde quiera que vaya, se llama “gordura”. Reflexionando y rebuscando un poco en mi pasado, creo haber encontrado el inicio de todo. Mi mamá y papá se separaron y mi papá, preocupado por “ganar” mi cariño, me llenaba de hamburguesas cada vez que me veía. Esto acompañado, además, de mi ansiedad y tristeza, entre otras emociones; sumado a mis malos hábitos alimenticios generaron que mi cuerpo reaccione... ya se podrán imaginar a lo que me refiero. Pues sí, ENGORDÉ.
A los 9 años comencé a ser un poco más consciente de mi cuerpo, me estaba creciendo el busto y “tenía” que usar formador, lo cual, irónicamente, no quería usar. Digo irónico, ya que antes agarraba los sostenes de mi prima y me los ponía orgullosa; pero, cuando era hora de usarlo porque me habían crecido las tetas, el resultado era: vergüenza. Puedo decir que era consciente y aceptaba el cambio de mi cuerpo como parte natural de mi desarrollo como ser humano; sin embargo, otra era la historia cuando mi crecimiento dejó de ser producto únicamente de la pubertad - adolescencia, sino que se debió a los “excesos” de comidas, debido a que no sabía cómo manejar mis emociones o , inclusive, ni entenderlas.
Mi papá se dio cuenta del daño “catastrófico” que había cometido y ¡oh no! Ahora “teníamos que resolverlo”. A partir de ese momento, empezó un largo camino de probar diferentes dietas. Comencé a tener un nivel de conciencia de mi cuerpo excesivo, obsesionándome SOLO con los aspectos negativos, y vivía intentando “reparar ese error” que había cometido al haber engordado; porque no me podía ver como una persona “agradable” luciendo de esta manera.
Lo primero que pensamos es que basta con bajar de peso y listo… todo solucionado, pero el daño colateral es lo que ocurre en el interior de un@ mism@. No solo me daba vergüenza mi persona, sino también estaba llena de culpa pensando que algo había hecho mal. Tantos comentarios a lo largo del tiempo sobre mi cuerpo hicieron que me creyera que no podía sacarme el polo en la playa porque “estaba mal”, además que iba a recibir miradas extrañas, como de menosprecio. También me hicieron pensar que tenía que comer poca cantidad pues por estar gorda no tenía “derecho de comer” y mucho menos alimentos que se catalogan “engordantes”. Lidiaba constantemente con mi inseguridad, baja autoestima y el constante sentimiento de no sentirme atractiva. Las demás chicas podían hacer lo que quisieran, pues eran flacas y yo no, por lo que terminaba siempre saliendo de la ecuación. Inclusive, en algunas situaciones sentía que si me besaba con un chico, mejor que no supiera quién era yo porque después me buscaría en redes sociales y se arrepentiría, porque yo nunca iba a ser su “primera opción”.
Tenía esta etiqueta “soy GORDA”, y no solo eso, sino que también tenía gordofobia. Porque pensar en aumento de peso o ver a personas gordas me causaba cierto rechazo, hasta hacia mi misma. ¿Lógico? No, pero bueno... quién está juzgando.
A donde iba había un comentario sobre mi cuerpo, y era inevitable no escuchar. Además de no tener una personalidad que “le resbale todo”, cuando estás en una posición donde solo te llega el mensaje de que bajes de peso porque eso es lo correcto; uno se llega a creer que vale más el que es delgado. Y yo sentía que tenía que enmendar un error para poder ser aceptada y sentirme valiosa… y lamentablemente eso llegó a calar fuertemente dentro mío.
Me encantaban algunos deportes como gimnasia, pero veía a mis amigas y, entonces, me comparaba y me sentía menos. Luego, me gustaba jugar vóley, pero la entrenadora prácticamente hizo que pierda el gusto y salga del equipo porque era gorda y créanme que no tenía reparo en decírmelo cada vez que podía. No era mala para natación, pero tenía que mostrar mis piernas y eso me llenaba de ansiedad y ganas de llorar. Así pues, cree un rechazo al deporte y una creencia eterna de que no había nacido para eso.
¿Y mi relación con la comida? Se preguntarán, se convirtió en un ciclo sin fin de malas decisiones para mi alma y para mi cuerpo. Me restringía, pero la ansiedad me ganaba y comía más de lo que quería. Luego, a esto lo acompañaba un sentimiento de culpa incesable que después abría caminos a otros pensamientos negativos. Me metía atracones y después laxantes con la excusa de “ser estreñida”, sin saber exactamente lo que implica tener esta condición. Y debo aceptar que me automedique. He probado pastillas, tés, intentar vomitar y todo lo dañino que pueda existir porque mi vida se regía sobre eso. Los laxantes antes de ir al control nutricional eran una fija, o dejar de comer esos días para bajar aunque sea 100 gramos y que no me regañen por ser un caso perdido. Hoy, me doy cuenta del daño que le hacía a mi cuerpo.
Si se están preguntando si llegué a bajar de peso, debo decirles que sí lo hice, no soy “flaca”, pero me mantuve en un peso promedio para mi cuerpo. Después de muchos intentos fallidos con diferentes nutricionistas (varias de ellas muy buenas profesionales y personas), decir la frase “no eres tú, soy yo” encaja bien. El problema no solo eran las dietas, sino que no lograba comprender cuál era el problema principal en esta relación disfuncional con la comida y con mi cuerpo, la cual debo admitir que sigo descubriendo. No obstante, el principal problema era esta mirada interna que había creado, etiquetándome como “gorda” y valiéndome según eso; sumado a mi necesidad de control - descontrol frente algunas situaciones de mi vida. Esconderme en este prejuicio generaba que terminara escondida del mundo exterior.
Separaba mente y cuerpo cuando, en realidad, son indispensables el uno para el otro. Así pues, llegué a una nutricionista que me cambió la perspectiva. Me ayudó a quitarle el miedo a la comida y a quitarme ciertos mitos. Por ejemplo, me ponía ¡arroz y fideos!, yo que tenía ese chip de “ser gorda” OBVIAMENTE no podía comer eso… yo pensaba que se había equivocado. Me emocioné, comencé mi plan nutricional y empecé a educarme sobre alimentación.
Ahora mirando en retrospectiva, algo tan simple como comer arroz desde el primer día de dieta, me empoderó y me permitió disfrutar y comer lo que yo pensaba era bueno para mí. Ya no me daba vergüenza comerlo y me sentía tranquila al hacerlo. Poco a poco me fui conectando con mi cuerpo, con la comida y encontré mi propio balance.
Actualmente, sigo en ese proceso, a veces me pierdo, pero he aprendido a vivir con mi cuerpo y con los miedos impuestos a lo largo de mi vida. Pero les digo algo, por más que muchas veces aún me cueste creerlo, mi cuerpo es mío, esta lucha es mía y nadie tiene por qué opinar sobre él. Asimismo, he aprendido que yo tampoco tengo derecho a opinar del cuerpo de la otra persona porque no sé lo que mis palabras puedan causar en ell@s, ni la historia que hay detrás de cada uno. Vivo tratando de encontrar una relación armónica con mi cuerpo, a mi ritmo y a mi manera.
Descubrí también que por estar gorda no tengo porqué sentirme menos privilegiada porque ningún cuerpo es mejor o peor que el otro. No tengo que asumir que alguien es infeliz por tener “sobrepeso” o que es feliz porque es “flaca”; tod@s tenemos inseguridades y es momento de aceptarlo y respetarlo.
Curiosamente, todos mis sistemas orgánicos, como mi digestión, mi tiroides, entre otros, mejoró. Cuando dejé de obsesionarme y a dejar de ser un obstáculo para el funcionamiento de mis órganos, mi cuerpo empezó a trabajar sin problemas. Hoy agradezco por mi cuerpo e inclusive puedo ser capaz de valorar las inseguridades que tengo sobre él, porque me hace ser más consciente que lo tengo. Me veo en la obligación de reconocer que tengo un cuerpo sano, que puede moverse, que me deja experimentar sensaciones por medio de mis sentidos, que me permite conocer lugares, que me deja vivir tranquila. No es sencillo, pero me esfuerzo en conectar con él desde lo que soy y lo que puedo.
Por último, no quiero dejar de mencionar que no aborrezco todo lo que viví ni me arrepiento de que sea parte de mi historia, porque gracias a eso, hoy dejo de ser mi segunda opción y me vuelvo la protagonista de mi vida por decisión propia. Decido dejar de ser el segundo plato por ser el plato principal; por más que eso conlleve tener que vencer más miedos y tener más retos… ¡A por ellos! Que la vida se hizo para vivirla desde quién eres y no para que los demás la vivan por ti.