Hace poco me pidieron que comparta mi proceso de aceptación del cuerpo post embarazo y nunca antes pensé que hoy sería un tema que puedo compartir feliz.
Creo que más que aceptar mi cuerpo post embarazo, fue aprender a abrazar mi cuerpo en cualquiera de las etapas por las que he pasado e iré pasando. Porque al trabajarlo en terapia, me di cuenta que no era un tema que recién había aparecido con el embarazo, sino que era una suma de: inseguridades, culpas, aprendizajes, miedos y desconfianza que tienen toda una historia en mi pasado.
Desde muy chica, se vivía la cultura de dieta y restricción de alimentos en mi casa. Mi mamá no tuvo una buena relación con la comida ni su cuerpo. Para mi era irónico, en ese entonces, porque ella siempre ha sido “flaca”, lo que socialmente aprendemos que estaba “bien”. Pero así como todos, tenía un pasado que la había marcado y que la había llevado a tener una vida de restricción de carbohidratos, azúcares, de hacer dietas extremas, de no comer el día que tenia un compromiso para que no se le “inflame” la barriga, entre otras cosas que yo fui viendo, aprendiendo y normalizando desde que era chica.
De la mano de esto, mi contextura nunca fue delgada como la de mi mamá, entonces siempre tuve esa lucha interna por querer llegar a ese “estándar” que jamás tendría.
Siempre estuve metida en el mundo del deporte porque me gustaba pero también porque siempre me creí el cuento de que si no hacía deporte iba a engordar.
Hice básquet por muchos años (de hecho, lo dejé cuando salí embarazada) y en el club en el que jugué toda mi vida, cada cierto tiempo nos pesaban y nos mandaban al nutricionista. Esa época del año era mi pesadilla, odiaba ver mi peso y sentía mucha vergüenza.
Hoy por hoy, creo que mi decisión de optar por el básquet como deporte fue porque sentí que encajaba más con mi contextura física. En el colegio siempre fui la más grande y eso me generaba incomodidad y una sensación de rechazo.
Fueron pasando los años y cada vez hacía más deporte. Entrenaba por las mañanas y en las noches para compensar lo que comía; hasta llegué al clásico #nodaysoff, medir/pesar mis comidas, y saltearme algunas también. El reloj inteligente se volvió parte de mí, si no lo tenía puesto sentía que no había entrenado.
En este punto, mi esposo y yo nos habíamos mimetizado. Nos apoyábamos a exigirnos más y más sin darnos cuenta que nos estábamos haciendo un daño. Acabé rompiéndome el LCA en 2 oportunidades distintas, con operación de por medio.
Llegó el 2020 y salí embarazada, pero a las pocas semanas nos enteramos que no había sido un embarazo evolutivo. A pesar de que es algo súper común y que no había de qué preocuparme, empezó a rondar la idea en mi cabeza de que algo debía estar mal en mi cuero por haberlo perdido.
Sin embargo, pasaron unos meses y pude volver a salir embarazada. Y fue ahí, que me propuse cuidar mi cuerpo para poder cuidar la vida que tenía dentro, pero en ese momento, no tenía ni idea de todo el trabajo de introspección que debía hacer para sanar realmente.
Puedo reconocer que durante todo mi embarazo le hice caso a mis señales de hambre y obviamente antojos, pero no fue fácil. Mi esposo seguía en este modo restricción y de pronto, verme hacer lo opuesto, lo hizo tener comentarios que no ayudaban en mi proceso, que tengo claro, no eran con una mala intención, pero yo terminaba sintiendo culpa conmigo misma y desconfiando de que lo que estaba haciendo estaba bien.
Aún no era consciente, pero, recién aquí, estaba dando los primeros pasos en el largo camino que sería mi proceso. Recuerdo que en mi sesión de fotos de embarazada, le pedí a las chicas que hicieran que no se me vea “gigante”. Además, una de mis preocupaciones era cuantos kg iba a subir al final del embarazo.
Comentarios de mi entorno como: “nunca vi una embarazada tan fit, todavía se te ven los abs arriba” “estás regia, te apuesto que llegas a tu peso normal al toque” “ni te preocupes, si das de lactar al mes tu ropa ya te va a quedar” “no subas mas de 1kg al mes y vas a ver que rápido los bajas” entre varios más, me seguían resonando y reforzando inconscientemente la idea que debía cuidar de mi cuerpo y mi peso.
En diciembre de 2020, nació Mika y con ella un nuevo reto: la lactancia. Y es que en serio, no conozco un hambre más potente que el de una mujer dando de lactar y más en las madrugadas.
En esta etapa rompí con muchos paradigmas acerca de los horarios en los que uno “debe” comer, los horarios también en los que te “recomiendan” comer ciertos tipos de alimentos, cantidades, etc.
Seguí desafiando el escuchar a mi cuerpo y hacerle caso a mis señales de hambre; sin embargo, mis pensamientos muchas veces todavía giraban en torno a "cuándo llegaré a mi peso de antes", "cuándo me volverá a quedar mi ropa" (no, no se cumplió eso de que dando de lactar, al mes iba a quedarme mi ropa nuevamente) y hasta, incluso, me compre jeans de mi talla anterior “porque ya iba a llegar a poder ponérmelos”.
Y en este vaivén de emociones de saber que estaba haciendo lo que me hacía bien pero que a la vez, aparecían mis pensamientos como boicoteadores, estuve 1 año y 5 meses, hasta que llegó a mi vida: LA TERAPIA (después de Mika, lo mejor que me pudo pasar).
Y aquí empezó el verdadero trabajo hacia dentro, el poder descubrir qué había realmente atrás de todo esto que me movía de forma automática sin darme cuenta, que me tenia desconectada de mi cuerpo y que tomando consciencia me estaba permitiendo aprender a desaprender todo eso que ya no me hacía sentido, fue clave.
Teniendo esto como base, empecé a hacer pequeños cambios y acciones día a día que sumaran en mi propósito: aceptar y abrazar mi cuerpo tal como es en este momento y en un futuro también.
Cambié el controlar mi entrenamiento a través del reloj y las calorías quemadas, por: disfrutar de hacer deporte, de moverme y de recargarme de energía.
Cambié el controlar mis comidas, por: soltar y dejar que mi cuerpo me de las señales de lo que necesita en cada momento.
Cambié el exigirme a entrenar 6-7 veces a la semana, por: ser flexible, entrenar cuando puedo y quiero y no sentir culpa por eso.
Cambié el mirarme al espejo para criticarme, por: mirarlo con gratitud, aceptación y amor
Y obviamente, cambié de talla de pantalón porque mi cuerpo ya trascendió.
Y lo que más me llena el corazón, es que hoy por hoy, soy capaz de demostrarle a Mika que todos los cuerpos son distintos y que son nuestra vía de disfrute del día a día.