Hoy quiero hablar de un concepto que está siendo muy difundido en las redes sociales, ya que me pregunto si realmente llegamos a comprender todo lo que implica y, por ende, si somos capaces de aplicarlo en nuestra realidad.
Este concepto es la COMPASIÓN. Hace un tiempo leí que, según la perspectiva budista, ésta es “el estar en contacto con el sufrimiento; así como, sentirse motivad@ por aliviarlo, tanto en los demás como en uno mismo.” Es decir, cuando sentimos compasión por alguien, logramos entender lo que está sintiendo y nos ponemos en su lugar.
Quiero aclarar, ya que muchas veces confundimos la compasión con lástima, que estos son conceptos completamente diferentes. Y es que la compasión es un agente activo; no se queda como un observador pasivo, sino busca cambiar aquello que está generando dolor en la otra persona. La compasión tiene la capacidad de acoger el sufrimiento, empatizar con él, lo comprende y luego lo transforma. Recuerdo que Dalai Lama decía: “la compasión sirve de bien poco si permanece sólo como una idea y no se convierte en una actitud hacia los otros que imprime su huella en todos nuestros pensamientos y acciones”. Es por eso que la compasión no se vive esporádicamente, sino que es un trabajo del día a día, la cual tenemos que ir cultivando. Ella busca que las acciones cotidianas se realicen desde una mirada de amor al otro y a uno mismo.
Y de esta manera, nos damos cuenta, que la compasión no es un concepto que solo puedo aplicar en quienes me rodean, sino que, también, puedo ponerlo en práctica conmigo mism@.
Eso significa verme con amor y amabilidad. Probablemente muchas veces han escuchado frases como: “Sé amable contigo”, “trátate con amor”, y otras más que van en la misma línea y que han sido tan usadas que inclusive en ocasiones pierden su valor o nos llevan a pensar: “Ya, pero ¿cómo lo hago? ¿A qué se refieren?”
En mi opinión, no existe una fórmula secreta, porque tod@s sentimos de manera diferente y sufrimos por situaciones distintas. Ser compasivo o “amable” con un@, viene de acoger esas pequeñas cosas que sientes que no comprendes y que por ende, te generan algún sufrimiento. Este dolor que vives puede ser grande o pequeño... y en realidad, no importa. Sea lo que sea te está molestando y está teniendo consecuencias en ti. Por eso, es importante comprender, que es algo natural, que nos sucede a todos, como los seres humanos y vulnerables que somos. El rol de la compasión en estas situaciones es aceptar y abrazar ese sentimiento, esa confusión, ese dolor; para luego, transformarlo, convertir esa mirada prejuiciosa y dura hacia ti, en una de amor propio, que te permita abrazarte y acompañarte sin juzgarte.
Cuántas veces nos hemos terminado flagelando por algún error o equivocación que cometemos. Cuántas veces nos decimos palabras crueles a nosotr@s mism@s porque algo no salió como esperábamos. Tendemos a ser muy comprensiv@s con los demás, los perdonamos fácilmente y animamos a seguir adelante, pero cuando se trata de nosotros la historia es muy distinta. Nos condenamos y criticamos duramente, inclusive cuando no hay errores y solo estás llen@ de confusión. Nos juzgamos tan fuerte que a veces esos juicios ya carecen de fundamento, pero nuestra mente nos confunde e incrementa el malestar a niveles que nos terminan destruyendo lentamente.
Y yo me pregunto ¿Por qué? ¿Por qué hacemos eso? ¿Merecemos sufrir por todo lo que hacemos “mal”? ¿Por qué nos quitamos valor? ¿Por qué seguimos buscando ser perfectos cuando ya tenemos pruebas fehacientes de que NADIE lo es? Es en este momento que la compasión entra en juego. Ella viene y te dice “PARA”, te enseña que no eres tus errores y que tampoco eres una víctima de las circunstancias, que estás dolido y decepcionado de ti mism@, pero puedes convertirte en protagonista y aprender de esto al convertirlo en una oportunidad para crecer y reinventarte. Te dice que no está mal que te sientas triste, te toma de la mano y te acompaña a botar lo que sientes para que lo hagas sin juzgarte y luego te permitas empezar de nuevo.
Hace poco tuve que pasar por un evento que puso a prueba mi fortaleza. En vísperas de año nuevo, mi Instagram estaba lleno de cuentas que me decían cómo debía hacer para recibir bien mi año: rituales, cábalas, etc. En conclusión, el mensaje era: “es un día muy importante y tienes que tener la mejor actitud y energía para recibirlo bien”. Esto me generó mucha ansiedad, pues, por lo general, suelo ser una persona muy culposa, y al levantarme ese 31 decaída, sin ganas de sonreír y solo de llorar, me comencé a sentir molesta conmigo misma, que valía muy poco, y el malestar aumentaba cada vez más. Era consciente que había tenido unos días difíciles, llenos de mucho dolor para mí y mi familia, todos estábamos cabizbajos. Sin embargo, yo sentía que todos intentaban sobrellevar la situación, menos yo. Me exigía sentirme contenta, me culpaba de no estar atrayendo “energía positiva” y estaba con miedo de que si recibía así el año me iría mal el 2021. Todo esto generó que a las 12 me fuera a llorar sola. Pero mientras lloraba y me decía “no sé porqué estoy así”, me atreví a verme en el espejo, sin juicios ni críticas. Decidí abrazarme, entenderme y amarme, no con lástima, sino con compasión. Comprendí que no podía alejar estos sentimientos, que eran parte de mi yo presente y consciente. Me sentía triste y necesitaba escuchar mi tristeza, pero solo logré hacerlo cuando transforme el dolor en amor por mi misma, cuando empatice con mi persona y dejé que la compasión abrace mi alma y haga su trabajo en mí. Me di cuenta que ser positiva no significa que no sienta dolor, que por estar triste no atraigo “mala energía”, y que era necesario pasar por eso para traer la calma.
Al usar la compasión me sentí amada, segura y aceptada; y debo confesar, que los demás días, a pesar de la situación dolorosa y angustiante que seguía atravesando, me sentí mejor y tranquila. Y es que, cómo oí una vez, “sufrir es parte de nuestra suerte como ser humano, pero parte de nuestra suerte es nuestra capacidad de cuidar, nutrir y calmar” (Dr. James Doty).
L@s invito ahora, a derrumbar las barreras que no nos dejan vivir compasivamente y con amor. Encuentro que la base del cambio a esta crisis mundial de indiferencia, tanto hacia los demás como hacia uno mismo, debe partir del AMOR. Solo él tiene la capacidad de transformar los corazones duros y anestesiados. Cuando amo, cuando me amo, veo las cosas desde otra perspectiva; el amor es la puerta a la compasión. Y me doy cuenta, que la respuesta está en nosotros mismos; no como una cura mágica, pero que si se pone en práctica en el día a día, comienza a transformarlo todo.