Este 2021 fue un año con muchos retos para mí, más de lo que pensé algún día tener (debo admitir). Hace un buen tiempo había descubierto que ser adulto no era tan fácil como me imaginaba pero siempre me he esforzado por tratar de salir adelante. Vino el 2020, y pese a todos los cambios que hubieron debido a la pandemia, considero que fue un año súper importante para mí. Trabajé mucho a nivel personal, me uní a mi familia, me adapté a una vida de cambios constantes con mucha resiliencia y positivismo. No obstante, el final de ese año no fue tan ameno. Fue un 25 de diciembre cuándo nos enteramos que mi abuelito, que estaba resfriado, no podía respirar bien (como comprenderán en tiempos de covid eso es fatal).Y nos terminaron por confirmar aquella noticia que tanto temíamos, era positivo a COVID-19. No entraré en tanto detalle; sin embargo, sí mencionaré que el final de ese año y el inicio del siguiente sentí que fue como un revolcón que no esperé nunca.
Pasé un año nuevo tratando de estar bien e intentando no llorar a cada instante. Al sonar las 12 saludé y subí a llamar a mi abuela y descargar todas esas lágrimas guardadas las horas anteriores. Me acuerdo que pensé en la importancia que tiene llorar en momentos así, que expresar las emociones es bueno y que tenía que permitírmelo porque sobre todas las cosas en ese momento era lo que más necesitaba y ansiaba hacer. Eran tantas preocupaciones encima, además, de la pena que me consumía por dentro, que cargármelas solita solo iba a hacer peor las cosas y era probable que en algún momento explotaría tal vez de forma no tan positiva.
Los siguientes días no fueron mejores, hasta que llegó el día que mi abuelito tuvo que partir. Felizmente mi abuelita se recuperó y hasta hoy está sana(y con esto aprovecho en decir que se vacunen y se cuiden siempre porque no le deseo a nadie pasar por esa preocupación).
Ha sido uno de los momentos más tristes que he tenido. Mi abuelo era una persona complicada en algunos sentidos y que, como muchos, había cometido varios errores. Últimamente, había visto más esas debilidades y me había olvidado de que también tenía virtudes. Esta fue mi primera experiencia con la muerte y fue tan repentina como un baldazo de agua fría. No obstante, no puedo dejar de agradecer porque la vida siempre ha sido buena conmigo y me ha dado buenas amigas por los diferentes lados a donde he ido. Mis amigas me llenaron de amor y detalles, por lo que puedo decir que nunca me sentí sola.
Por coincidencias de la vida, la muerte era un tema que venía trabajando todo ese año y, por eso, entre todo entendía y aceptaba la situación. No obstante, nadie quita lo difícil que es. Con esto último, no solo me refiero a la muerte en sí, sino también a lo que sucede después, la reorganización en la vida de las personas que nos quedamos sin este ser querido.
Como pueden notar empezó mi año muy cargado. Mi abuela se mudó a mi casa y hubo un cambio radical en mi espacio, orden etc. Sin embargo, era lo que tenía que pasar y lo podía aceptar. Asimismo, empecé a dedicarme full time a EsCiencia y, al mismo tiempo, a estudiar mi nueva formación. Para los que no saben, estoy estudiando para ser psicoterapueta con orientación psicoanalítica (una decisión que fue hasta sorprendente para mí, pero de la cual no me arrepiento para nada).
Como parte de mi programa de estudios, me veo comprometida a llevar psicoterapia a la par, ya que esto me permite tener un acompañamiento en este momento de introspección y formación. Mis sesiones con mi psicóloga aumentaron de una a dos veces por semana, y déjenme decirles, ha sido un desafío tener que ahondar tan dentro mío.
Estos cambios en mi estructura familiar y en mi vida en general, no fue solo un aprendizaje para mí, sino para todos, lo cual conllevo a tantas peleas y tensiones. Estaba super contenta con mi trabajo, pero a veces extrañaba ser maestra. Me encontraba fascinada con todo lo que aprendía, pero a veces me daba miedo no captar todo. Mi terapia iba avanzando, pero también iba ahondando tanto que quería pararla. Mi vida iba caminando sin parar y me sentía en una montaña rusa de emociones. No les puedo decir la cantidad de veces que pensé que ya no podría más, que lloré, que me sentí triste o sola. No podía poner un freno, no había una salida de escape, y si algo les puedo decir de mí es que mi mecanismo de defensa por excelencia es la evasión. Sin embargo, la vida no me estaba dejando evadir ni escapar y, mi único deseo, era una pausa de todo. Tenía una ansiedad que me carcomía por dentro y un vacío que me dolía.
Siempre he sido muy autosuficiente en muchas cosas, quiero decir, siempre he sido mi propio apoyo. Han sido varios años de terapia para que yo aprenda (y sigo aprendiendo) a comunicarme y sentir que el otro puede ayudarme. (Ojo, claro que sí es importante ser nosotr@s mism@s nuestro propio motor y apoyo, pero no somos superman ni omnipotentes o todo poderos@s). Amarnos es también aceptar humildemente que necesitamos ayuda. Mi problema era que no sabía de qué pedir ayuda… ¡tenía todo! Me estaba pagando mis cosas, tenía trabajo, tenía salud, familia…en el fondo estaba agradecida, pero igual me sentía vacía.
Recuerdo una sesión que tuve con mi psicóloga donde conversábamos de ese vacío, esa soledad. Mientras conversábamos me acordé de un libro infantil titulado “vacío”, que es de una niña que amanece con este vacío y busca miles de tapones, pero ninguno le sirve. Pero cuando empieza a verlo de verdad empiezan a salir cosas hermosas dentro de ese hueco. La respuesta estaba ahí, pero había que mirar…mirarse. Mi psicóloga me hizo ver como había traído esa analogía, así como, el significado tan bonito que le estaba dando a ese sentir. Y es que en realidad, ha sido un año que me ha costado porque he tenido que mirarme, y eso, nunca me ha sido fácil. Ver ese hueco, me daba (y a veces me sigue dando) tanto miedo que prefería taparlo. Sin embargo, en un año tan retador como este no tenía otra opción. He tenido que pasar por las diferentes etapas de la niña del libro, buscando taparlo con tapones que no eran los suyos hasta rendirme a la idea de tener que ver qué había adentro, así como, de entender que mi soledad venía de esta desconexión con ese vacío.
No les voy a mentir, ha sido un año agotador y retador para mí. He tenido que superarme y ponerme una capa de valentía que no quería usar, menos para salvarme a mí misma. Pero ahora, que me tomo un tiempo de recapitular todo mi año, me alegro de haber sido mi propia heroína. Así como lo hice con mi abuelo, solo estaba viendo mi cansancio y/o mis debilidades sin permitirme ver mis logros. Ahorita tengo un sentimiento de orgullo y amor hacia mi misma. Me he esforzado tanto en todas las áreas de mi vida y, no le he dado el crédito suficiente, por estar avanzando en un estado permanente de piloto automático. He trabajado tanto que he podido salir adelante, he aprendido a tener paciencia y aprender a esperar (y confiar), he trabajado en mí sin dejar mi terapia (por más de haber estado tan tentada), estoy estudiando, he hecho nuevas amistades, veo a mi negocio crecer y a mi misma crecer con él y con mi socias. Tengo una familia maravillosamente imperfecta y llena de amor para mí. Estoy descubriendo nuevas partes de mí y potenciando otras. Y sobre todo, estoy aprendiendo a entender que así como tenemos defectos también tenemos virtudes. Es justamente eso lo que nos hace humanos y espero no dejar de verlo en otros y en mí. Cuando mi abuelo murió no lo santifiqué ni lo satanicé, sino lo vi como el ser humano que era y entendí que sus errores eran sus propios aprendizajes de vida. La vida no está teñida de dos colore unicamente, el blanco o el negro, sino qué hay millones de matices. En ella encontramos de todo, con un poco de blanco y un poco de negro, y mil y un tonalidades de grises, y porque no también la paleta completa. Por ende, poder mirarlo tan integralmente solo abre nuestra mirada más a la compasión y al entendimiento humano.
Acabo diciendo, que por más fácil o difícil que el año sea, nunca te olvides de ver todo lo que has logrado en este camino que vas transitando. A veces retrocedemos para seguir recorriendo, otras veces paramos un rato, pero recuerda que SIEMPRE estás creciendo y cambiando en el camino. Este año nuevo te deseo que nunca dejes de avanzar y que sepas que estás aquí para aprender, seguir transformándote en la persona que deseas.
¡Feliz año nuevo a tod@s!