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Cuando un ser querido se va

Actualizado: 9 nov 2021

La pérdida de un ser querido es una experiencia por la que todos, en algún momento de nuestras vidas, tendremos que pasar. A algunos los toma por sorpresa, otros tienen más tiempo para asimilarlo, pero en ambos casos, algo que no podremos evitar es el dolor. Y es que nos sentimos tristes cuando una persona cercana a nosotros parte de este mundo, ya que no solo extrañaremos su presencia, si no también todo aquello que esa persona nos brindaba: cariño, protección, compañía, etc.


Y es en esos momentos, que cuando uno más necesita expresar lo que siente, la sociedad nos dice: “tienes que estar tranquilo”, “no llores”, “tienes que ser fuerte”. Este tipo de frases, que muchas veces son dichas con buena intención, en lugar de ayudar, lo que hacen es generar más conflicto en el doliente. Éste se termina sintiendo culpable, debido a que considera que está reaccionando de manera incorrecta, sumándole mayor malestar al que ya está experimentando.


El duelo es un proceso, y como tal, toma tiempo. A veces el dolor es tan grande, que uno quisiera arrancarse el corazón para dejar de sentirse de esa manera; ansiedad, miedo, tristeza, son emociones totalmente naturales y válidas en esos momentos. No están ahí para hacernos daño, nos están diciendo que aquella persona tenía un gran significado en nuestra vida, y como a muchos les pasa, el cambio que viene es difícil de procesar. Por ello, la mejor forma de lidiar con este tipo de emociones es abriéndoles las puertas, déjalas entrar, llora, grita, date ese espacio necesario para sanar, y si es necesario, busca apoyo profesional.


No obstante, esto no significa que frente a ese dolor uno deba quedarse de brazos cruzados. Muchas veces hablamos de las etapas del duelo, en el que prácticamente es el tiempo quien tiene un rol activo y es el que va curando las heridas, pero en realidad uno tiene un papel muy importante en este proceso. No es simplemente ponernos una curita, ya que si no tratamos la herida y la limpiamos con cuidado (aunque duela), ésta puede infectarse.

Y para ello, partimos siempre de la aceptación, aceptar que esa persona ya no nos acompaña y no volverá. Tomar conciencia de este hecho es doloroso, pero abre las puertas al inicio de una nueva etapa. Una vida ya sin esta persona amada, pero que no se detiene, que continúa avanzando y yo con ella. Es redescubrirme en este nuevo escenario, empezar a escribir un nuevo capítulo de mi vida, ya sin este ser querido, pero no por ello menos importante. No olvides que el protagonista de esta historia eres tú mismo.


Es importante mencionar, que mientras más grande haya sido el espacio que ocupaba la persona fallecida en mi vida, es probable que sea más duro sobrellevar el duelo. Muchas veces hemos escuchado: “¿qué voy a hacer ahora que no está?” “Él/Ella era mi vida” “Siento que una parte de mí se fue con él/ella”.

Si bien, es válido sentir este tipo de dolor, tomemos conciencia realmente de lo que quieren decir estas palabras, el lenguaje que utilizo para hablarme a mí mismo puede influir fuertemente en la mentalidad que voy a adoptar al enfrentar esta nueva etapa. Debemos darnos cuenta, que no somos un anexo de la persona que se fue, no somos solamente el rol que ocupábamos al lado de esa persona. Nosotros somos mucho más, y este es el momento indicado, tal vez, para descubrirlo.

Recordemos que las crisis pueden transformarse en oportunidades de crecimiento, una oportunidad para reinventarnos y encontrar el nuevo rol que queremos interpretar en la vida.


Asimismo, algo que debemos empezar a considerar para que el proceso del duelo sea un poco más sencillo de transitar, es tratar de ver a la muerte con naturalidad. Muchas veces tendemos a rehuir de los temas relacionados con la muerte, le tenemos miedo, inclusive pensamos que si hablamos de ella la invocaremos. Sin embargo, por más que intentemos evadirla, la muerte es un aspecto inevitable por el que todos tendremos que pasar algún día, unos antes que otros.


Y es así, que por más duro que suene, la única verdad que sabemos desde el momento en que nacemos, es que algún día moriremos. Pero la muerte no tiene porqué ser una enemiga. La muerte es el recordatorio que necesitamos para darnos cuenta que nuestra existencia es limitada, y que solo disponemos de este tiempo para hacer de nuestra vida la historia que anhelamos.


Finalmente, quiero terminar diciendo que muchos no consideran a la muerte como el final, como lo opuesto a la vida, y no estoy hablando de una perspectiva religiosa. Si no, me refiero a que cuando alguien parte de este mundo y nos deja, su recuerdo permanece y perdura con nosotros. Pues, cuando somos amados por otras personas, ese amor deja huella. Aquel que tuvo el privilegio de recibir el cariño y afecto de alguien que ya no está más con nosotros, puede que no disfrute físicamente de su compañía, pero esto queda grabado en el corazón y en la memoria.

Es por ello, que lo opuesto a la vida, no es la muerte, sino la falta de amor; aquella persona que fallece sin ser amada puede ser olvidada fácilmente. Sin embargo, aquel que en vida logró tocar los corazones de otras personas, y no me refiero a grandes obras ni acciones importantes, si no desde la cotidianidad, quedará por siempre en nuestra memoria y su recuerdo trascenderá. Ya que el amor tiene la habilidad de transformar lo que toca; de esta manera, los seres queridos siempre se quedan con nosotros.


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